miércoles, 5 de noviembre de 2008

Yes we can

“Apagué la luz de mi asiento, cerré los ojos y recordé el encuentro con un africano que conocí mientras viajaba por España, otro hombre escapando. Yo había estado esperando por un autobús nocturno en un bar de carretera a mitad de camino entre Madrid y Barcelona. En las mesas unos cuantos hombres viejos tomaban vino en vasos pequeños. A un lado había una mesa de billar y se me ocurrió ponerme a jugar, recordando aquellas tardes con Gramps (su abuelo) en los bares del hotel Steet (cuando vivía de niño en Hawai), con los vagabundos y las chicas de alterne y Gramps siendo el único blanco del bar.
Cuando estaba acabando la partida, se presentó de repente un tipo y pregunto si podía invitarme a un café. No hablaba inglés y su español no era tampoco mucho mejor que el mío, pero tenía una gran sonrisa y la urgencia de alguien en necesidad de compañía. Allí en el bar me dijo que era de Senegal y que iba de un lado a otro de España en busca de trabajo temporal. Sacó de su bolsillo una vieja fotografía de una chica con mejillas redondas y suaves. Su mujer, dijo; había tenido que dejarla en su país. Se reunirían tan pronto como reuniera el dinero. Acabamos viajando juntos a Barcelona, ninguno de los dos hablando mucho, él explicándome de vez en cuando las bromas en español en el video que había encima del asiento del conductor. Poco antes del amanecer, nos dejaron delante de una vieja estación, mi amigo apuntó en dirección a una pequeña y gruesa palmera a un lado de la carretera. Sacó de su bolsa un cepillo de dientes, un peine y una botella de agua que me cedió con mucha ceremonia. Y juntos nos lavamos bajo la brisa matinal, antes de echarnos nuestras bolsas a la espalda y dirigirnos a la ciudad. ¿Cuál era su nombre? No podría recordarlo ahora; tan sólo otro hombre hambriento muy lejos de su casa, uno de los muchos hijos de las antiguas colonias –argelinos, jamaicanos, pakistanís…- ahora saltando las barricadas de sus antiguos dueños, montando su propia andrajosa e improvisada invasión. Y aún así, mientras caminábamos hacia las Ramblas, había sentido como si lo conociera tan bien como a cualquiera; que, viniendo de puntos opuestos de la tierra, estábamos de alguna manera haciendo el mismo camino”.

Extracto del libro de Barack Obama.

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