lunes, 23 de enero de 2012

Tantos.

Había una vez un hombre que todos los domingos bajaba a la plaza. Se sentaba en la terraza del Café y, mientras manchaba sus dientes de amarillo y sus plumones se llenaban de humo, pasaba las hojas del periódico buscando un atisbo de alegría. Un domingo cualquiera pasó lo que esperaba desde hacía años. Tantos, que su blanca barba era la de un náufrago en la mar, tantos, que sus ojos verdes se escondían tras sus gafas de sol graduadas ya, tantos, que bajo esas gafas bajaron unas lágrimas de emoción, tantos, que esas lágrimas se secaron en su piel morena y arrugada por el sol, tantos, que su cigarro cuando se escurrió de sus dedos y antes de apagarse en el pequeño charco del suelo decidió pasarse por su americana y quemarle unas hebras para recordatorio de ese merecido momento digno del tiempo que hacía aquella mañana de domingo.



Atisbo subió al tren, iba a volver. Se sentó al lado de la ventana, apoyó la cabeza en el cristal para escuchar los latidos del vagón. Iba a volver. Los rayos le pegaban en sus frías manos y las calentaban. Ella las miró, hacía tantos años que no volvía, tantos, que el anillo casi se había quedado incrustado en sus dedos con uñas pintadas, tantos, que no recordaba la última vez que volvió, tantos que sólo de leer las paradas del tren se asomaban las lágrimas, pero ya no lloraba con tanta facilidad, ahora era fuerte, ha viajado tanto, ha vivido tanto, que hace tiempo que dejó de llorar. Y entonces la parada. Baja del vagón, que ahora respira, y pisa el andén. Respira. Todos los olores entran por su nariz y le llenan la mente de recuerdos. Sale de la estación y camina recta, es mayor, pero no se deja dominar por la vejez y se mantiene. Andando suenan las campanas, los sonidos entran por sus oídos y le llenan la mente de recuerdos, tantos.



Siente como si algo le hubiese quemado pero no importa, se levanta. Deja un billete para pagar el café y deja propina, la estampa lo requiere. El periódico cae al suelo y con ello, las malas noticias. Camina. Su pelo que cuando era joven era largo, negro y duro, ahora es blanco, fino y, aunque aún conserva una importante melena, tiene menos. Ella no le ha visto porque tiene el sol de cara.



Tantas escenas pasan por su mente, el portal, el coche, el tiempo en cada peldaño y metro de esa tierra que ha pasado, que todo eso hace que ese escudo ,que le había hecho fuerte, desapareciese. Debía haber vuelto hace tantos años. Sol de cara. Su mala costumbre de no tener gafas de sol por su culpa en momentos como ese hacían que se acordara de él. Siguió recta sin detenerse y una figura tapaba algunos rayos de sol. Contraluz. Cada vez se acercaba más a esa sombra del sol.



Suculpa se acerca más. No hay lágrimas. Sonríe, como hace tantos años que no hacía, su sonrisa destapa sus dientes. Sonríe, esa sonrisa de canalla, de "no pasa nada, lo único que importa es que estamos vivos y sonreímos".



Atisbo se detiene frente a Suculpa.



Suculpa se detiene frente a Atisbo.



¿El día más bello?


Hoy.



Dedicado a Esther Baviera.

1 comentario:

Esther! dijo...

Ais pero que ilusio que me ho hages dedicat!!!! :) :) :)