lunes, 12 de diciembre de 2011

Clic. Clac.

Lunes. La luz de la lamparita ilumina las hojas, y sus ojos reflejan las palabras que alguien escribió para hacerla soñar, para sacarla de su habitación cada noche a cualquier situación que nunca creería. Se concentraba, y sus ojos cada vez reflejaban menos, se dormía y entraba en el ensimismamiento pero en Simismamiento no cabía nadie más. Deja de leer, cierra el libro y apaga la lamparita. Clic. Sombras. Se puso de lado, era su pequeño gran truco de pequeña, cuando quería dormir, se ponía de costado, se dormía y luego se movía. Cierra los ojos.

Lunes. La luz de la lamparita ilumina las hojas, hojas de fotografías de hace años, cuando todo era risa, cuando no había silencio porque no estaba previsto, solo visto. Las pasaba de una en una como el que pasa los años de uno en uno, como el que tiene el poder de pasar el tiempo con sus manos. Ella está al lado. Silencio. Ahora sí que había silencio. Ahora sobraba silencio. No sabe qué decir, abre la boca para decirle que los años no pasan por ella, pero no puede. Silencio. Clic. Las fotografías que recibían luz por diestro y siniestro ahora solo reciben por siniestro, porque en Diestro están durmiendo. Demasiado café para él. Clinc. ¿Clinc? De repente recibe un escalofrío, ella está durmiendo, no lo ha oído, venía de fuera de la habitación, se paraliza, pero Liza o la valentía no se para, simplemente se esfuma. Lo vuelve a oír, ahora sí que el miedo hace mella. Se hace el loco. Clac. Apaga la lampara. Oscuridad. Cierra los ojos.

¿Será capaz? lo ha oído seguro ¿o no? lo ha oído. Yo se supone que estoy durmiendo y lo he oído, así que él por narices lo ha oído. Vaya con el Príncipe Valiente. ¿Enciendo la lámpara? no puedo pero es que tengo miedo. Ya sé, él sabe que me muevo durmiendo, voy a molestarle para que abra la luz y así hablamos por lo menos un poco porque yo así no me duermo.

Debería abrir la luz, así es peor. Joder, que suerte tienen algunas de dormirse pronto y no enterarse de estas tonterías. Los pies los tenía fríos, no llevaba calcetines y los tenía al aire porque ella siempre le cogía tres cuartas partes de la manta. Ya está, la despierta y le dice que tiene la manta y así por lo menos hablan, porque así no se va a dormir, tiene el corazón en un puño, en el puño de un Clinc.

La tensión es máxima, el miedo la tiene con los ojos como platos y no se oye su respiración. No sabe qué hacer. Ya está: seguro que tiene los pies fuera, se los voy a tocar antes de que se duerma, que con lo empanado que está se me va a dormir y estoy muerta de miedo.

La tensión es sublime, con lo fuerte que respira y está con los ojos como un platos. No puede moverse, lo ha intentado, quiere moverse, decirle que le devuelva la manta, abrir la luz pero no puede. Terror. Algo empieza a rozar su pie, un escalofrío mucho más intenso que el primero recorre hasta la raíz del pelo más remoto de su cuerpo, no sentía ese erizamiento desde que la besó por primera vez. Abrió la boca y lanzó el grito de terror más desgarrador que jamás halla sido capaz de alzar nadie en la historia del edificio.

Vale, voy a rozarle el pie, a ver si no se ha dormido aún. Grito de terror más desgarrador que jamás halla sido capaz de alzar nadie en la historia del edificio. Abre la boca y lanzó el segundo grito de terror más desgarrador que jamás halla sido capaz de alzar nadie en la historia del edificio.

Clic. Diestro amanece.

Clac. siniestro amanece.

Se miran y de repente se oye y se produce una de las carcajadas más sinceras y bonitas de sus vidas.

La abraza. Clic. Clac. Sueño.

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